Trump: el fachadismo de la Información y de la Comunicación
La ideología dominante
enmascarada por diseñadores de mercado
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Centro Universitario
Sean MacBride
Fracasa,
y fracasará siempre, todo reduccionismo formalista que suponga a la “Información”
y a la “Comunicación” como un problema sólo de “fachada” o “decorado” de moda.
Aunque no lo admitan. Fracasará porque procesos sociales tan complejos como
Informar y Comunicar, son irreductibles al capricho de los “sabiondos” o de los
“técnicos” pequebu que, desde su
lugar y su tiempo, pretenden lanzar verdades mediáticas, huecas y a destajo,
como maizseando gallinas. El
inventario de los fracasos tiene por cualidad ser muy costoso y generalmente
quienes apuestan por aventuras fachadistas
suelen pagar con dineros no propios. Suelen pagar, “a ver qué pasa”, confiando
en la suerte de su irresponsabilidad anónima o en la opinión cómplice de sus
amigos o empleados. Y resulta cada adefesio… lo tenemos en los medios
diariamente.
Y
ahora, cuando la realidad se infecta con ideología de “millennials” (sucedáneos
y conexos) al servicio del modelo Trump, el ambiente de la opinlogía mediática
se hace irrespirable contaminado con enunciados de pretensiones atlánticas pero
con un centímetro de profundidad. Muchos de ellos, mercenarios de la decoración
por la decoración misma, se dicen “publicistas” y dirigen empresas de toda laya
mientras imparten cátedras y publican libros. Todo eso es posible porque
encuentran pares ideológicos dispuestos a pagar por un pedacito de ilusión
comunicacional. Suele haber fraudes enormes. Lo vio venir el Informe MacBride.
Una
expedición a las fuentes teóricas del mercado en materia de “estética de la
comunicación”, o “diseño de la comunicación audiovisual”… (los nombres pueden
oscilar en direcciones múltiples) esclarece el tramado de las matrices ideológicas
que suelen se hijas de un “sentido común" de clase que y que, por su
naturaleza, tienen restricciones de gusto, de cultura y de ideas directamente
proporcionales a las limitaciones de los diseñadores y de sus clientes. Es
decir, reina el “a mi me parece”, el “para mi…” y el infaltable: “es lo que
viene en esta temporada”. Suele ocurrir que por pudor -o por pretenciosos- los
clientes ratifican los dichos de los “expertos” y se quedan felices con su
castillo de naderías. Los torneos de egos sepultan al problema de la
Información y de la Comunicación bajo lápidas de “valores entendidos”. Valores
de clase, desde luego.
La
elección de un proyecto comunicacional es un proceso de procesos que interpela
contenidos y formas en un debate histórico que no es ajeno a la realidad
económico-cultural de los pueblos. La elección de un proyecto comunicacional
interpela a las categorías históricas más complejas e interpone deliberaciones
que deben ser saldadas en conjunto, en comunidad, si han de ser coherentes con
los imperativos democráticos de los pueblos. Y no implica que deba hacerse una
“consulta popular” para cada decisión comunicacional o informativa, lo que debe
hacerse es asegurar un método correcto, validado socialmente, cuyas premisas no
sean el “arte por el arte mismo” ni el efectismo de la apariencia para traficar
ideología inconsulta.
Un
método correcto en materia de diseño comunicacional ha de fundarse en la
realidad de la comunidad a la que desea servirle y, sin abandonar sus audacias
dialécticas ni sus búsquedas, asegurarse de que su inteligibilidad sea
coherente con su disfrute. Pasar de lo representativo a lo participativo. No
son categorías reñidas y, por lo demás, son requisitos de método que sustentan
la coherencia del diseño sobre la base de su uso y de los saltos de calidad que
alcanza como herramienta del conocimiento y de la construcción de la comunidad.
El método de diseño, realización y perfeccionamiento requiere fundamentos lógico-dialécticos;
cultura general amplia; experiencia de participación comunitaria rigurosa;
sentido del humor y sentido de la estética. Reclama capacidad de argumentación
y justificación científica para cada función y elemento operativo. Eso incluye
soluciones o remates que suelen necesitarse en decisiones de armonía
especifica. El método del diseño reclama, si ha de ser de valor y acceso
público, pertinencia idiomática, coherencia narrativa y concordancia de
contextos. Lejos del simplísimo, la obviedad o los pintoresquismos de mercado.
Es
esa complejidad lo que está ausente, por lo general, en los pontífices del
diseño de mercado que, aferrados a sus dogmas, sólo ven como “valioso” el
repertorio de sus prejuicios. Y los defienden con uñas y dientes. Han hecho
mucho daño las condiciones objetivas en la economía política del diseño
comunicacional que infiltró sus arsenales ideológicos en usuarios desprotegidos
y con acceso limitado a fundamentos y praxis críticos. Desventajas decisivas en
un escenario histórico plagado con cambios vertiginosos y andanadas
publicitarias basadas en la dictadura de la “fachada”.
No
tuvimos tiempo de diseñar sistemas de defensa semiótica para evitar ser
seducidos y sucumbir por la ofensiva del oropel tecnológico y sus tentaciones
cibernéticas. Desde que, por ejemplo, Microsoft desarrolló su “windows” e
impuso su idea de “amabilidad” en las fachadas de los ordenadores, luchamos
contra una lógica cuyo orden inconsulto no siempre corresponde con la realidad
en la que se encarama. Nunca nos consultaron, simplemente asimilamos sus formas
y sus colores, sus logotipos y sus diseños “web” como verdades reveladas en las que nada tienen que hacer, ni pueden
decidir, los pueblos o sus culturas. Es un mundo ajeno al cual entramos
resignando nuestra lógica a cambio de la lógica de su tecnología, de su
“software” y de su mercado de gustos para el diseño de la Información y de la
Comunicación. Punto.
Entonces,
no aceptemos la lógica de su estética ni de su funcionalismo gráfico. No
aceptemos que sus premisas son valiosas por sí mismas y no imitemos su discurso,
ciegamente, como si se tratara de una horma fatídica a la que sólo corresponde
pleitesía, admiración y consumismo. Impulsemos escuelas y ciencia para el
desarrollo de una lógica del diseño que se emancipe de los estructuralismos y
funcionalismos más traficados en silencio y dispongámonos a desarrollar métodos
y praxis que, sin abandonar las necesidades de la eficacia y la eficiencia,
obedezcan a la lógica emancipatoria de los pueblos y a las necesidades de sus
luchas. Incluidas sus luchas estéticas.
Dejemos
de ser consumidores a-críticos, e ignorantes, de cuanta solución nos venda el
sentido común burgués y pongamos interés en la investigación científica del
arte, del diseño y de la Comunicación que necesitamos para emanciparnos. Como
lo propuso el Informe MacBride en 1980. Por ejemplo.
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